¡Hola!
Seguimos sumando ejemplos de una
mala atención al cliente.
Es muy lamentable que nadie se dé
cuenta de lo mal que algunos hacen las cosas.
Algunos funcionarios no son muy amables. Es una realidad. Lo siento. Me gustaría poder escribir otra cosa. Me gustaría describir situaciones donde la atención fue exquisita, pero no las encuentro.
El caso es que por motivos de
gestiones administrativas fui a un organismo público de la ciudad y bueno, la
cámara de los horrores. A la entrada él único que fue muy amable fue el policía
de la cinta escaneadora de bolsos, que con una amplia sonrisa me atendió y me
preguntó dónde iba y me indicó la oficina correspondiente. Esto empieza bien.
Me dije.
Mi gozo en un pozo. Las dos
señoritas de recepción me miraron como si hubiera entrado un ALIEN por la
puerta. O sea, poniendo cara de “¿Y ésta
que quiere ahora?” en vez de SONREÍR, advertir que mi EXPRESIÓN mostraba
confusión por no saber muy bien adonde o a quien dirigirme. Hube de molestarlas
un momentito (estaban haciendo, seguro, cosas muy importantes) y preguntarles
cómo funcionaba el sistema de atención al cliente con cita previa.
Si. Una de ellas me contestó.
Pero su respuesta fue seca, insulsa, agria y mecánica. Claro, supongo que dicen o explican la misma
cosa mil veces a los miles de ciudadanos idiotas que se nos ocurre ir por allí.
Total, que esperé mi turno.
Cuando me llegó, entré y me dirigí a la mesita correspondiente, encontrándome,
¡Oh, cielos! Con un majadero de cuidado. Un tipo que ni me sonrió cuando yo
amablemente antes de sentarme frente a él, le dije un sonriente: buenos días.
La tramitación del papelito en cuestión fue un calvario. Hasta que me fui.
Harta de hacerle preguntas que él contestaba de forma seca y despectiva, como
si yo fuera una subnormal profunda que no sé qué papelito corresponde a lo que
corresponda.
El policía de la salida, que era
el mismo de la entrada, me volvió a dedicar una agradable sonrisa y un adiós
amable.
Pero que quieren que les diga.
Esto no solo pasa en funcionarios. Hay gente seca y amargada por todas partes.
Sin ir más lejos y un poco antes del episodio anterior, había entrado en un
banco a realizar un ingreso.
¡Virgen del amor hermoso! ¡Qué despliegue de
amabilidad! ¡Qué derroche de simpatía! La señora que me atendió destilaba
“savoir faire” por todos los poros de su piel. En el tono de voz más áspero y
antipático, con la expresión más molesta y los modales más rudos, contestó a
mis preguntas, despejó mis dudas, ingresó mi dinero y me dio el justificante.
Y ese banco es privado.
O sea, que vamos mal.
Les aseguro que solo pido
AMABILIDAD y SIMPATÍA. Lo mínimo de lo mínimo de lo mínimo. Un buenos días, en
qué puedo ayudarle. Un por favor debe dirigirse a…, un lo siento no es aquí pero…
Pero no tienen GANAS de atender a
nadie. Ni ganas de ser ÚTILES. Ni ganas de esparcir por el mundo que nos rodea
un poco de ALEGRÍA.
Y que sonrían mucho, o no les queden ganas de sonreír a aquellos que salen
cada día a buscar trabajo infructuosamente, miren, puedo entenderlo, no les
sobrarán sonrisas precisamente, pero que no lo hagan las personas que tiene
TRABAJO, que no carecen de SEGURIDAD y para las cuales la pérdida de empleo no
es un problema, me parece denunciable, o si quieren, de juzgado de guardia.
Se impone la necesidad de
recuperar el SENTIDO COMÚN e invertir un poquito de tiempo en recuperar la
SONRISA para ofrecerla al prójimo. Vamos, creo yo.