sábado, 14 de abril de 2018

Frialdad



Esperábamos en la puerta. El encargado de abrirla se había olvidado que le tocaba a él esa tarea y nos hizo esperar. Pensamos que la espera se haría más agradable si mientras llegaba con las llaves tomábamos un café. Apetecía a esas horas tempranas de la mañana.

Nos dirigimos hacía una cafetería cercana. Un total de diez personas. Entramos en el local y había un señor en la barra y una camarera detrás de la misma. Acomodamos un rincón con varias mesas para estar juntos  y esperamos a ser atendidos.

Primera sorpresa: nadie nos saludó al entrar, ni desde la barra, nadie nos dio los buenos días.

Segunda sorpresa: al no venir nadie a  atendernos giramos la cabeza hacia la camarera que a voz en grito dijo: tienen que pedir en la barra. Genial.

Tercera sorpresa: no solo debíamos pedir en la barra sino que nos teníamos que servir también.

Los cafés, estaban tibios. La infusión no. Una desangelada carta de bocadillos varios ponía la nota decorativa en la mesa. Le eché una hojeada comprobando que estaba sucísima y que millones de gérmenes bailaban la samba por entre sus líneas plastificadas.

A la hora de pagar no sabíamos los importes y desde la mesa le preguntamos a la camarera: ¿cuánto cuesta un cortado? Respondió: 1,20 €  ¿Cuánto cuesta la infusión? Respondió: 1,40€ ¿Y el cortado con hielo? 1, 30 €. Observen el detalle, un desangelado cubito de hielo costaba 10 céntimos.
Y todo ello a voz en grito de la mesa a la barra y de la barra a la mesa. Sin mediar una sonrisa.

Nadie había entrado al bar desde nuestra llegada. Ahora descubríamos  porqué.

Y en respuesta a tan antipático recibido trato de principio a fin, todos, uno a uno fuimos dejando el importe encima de la mesa. Y nos fuimos. Estábamos seguros de que al menos la camarera saldría de su bunker para recoger el dinero y claro, supongo para limpiar las mesas ocupadas también.

Nefasta atención al cliente. No fue una sorpresa recibir ese trato. Hay muchísimos locales en la ciudad donde el cliente es quien menos importa. Es un clamor que las personas que deben atender no solo en bares sino en muchos otros establecimientos necesitan con urgencia reciclar sus conocimientos sobre atención al cliente. Pero nadie hace nada. Y yo predico en el desierto.

Me rebelo contra el hielo de la distancia entre personas de estos tiempos que nos sacuden.