Esperábamos en la puerta. El
encargado de abrirla se había olvidado que le tocaba a él esa tarea y nos hizo
esperar. Pensamos que la espera se haría más agradable si mientras llegaba con
las llaves tomábamos un café. Apetecía a esas horas tempranas de la mañana.
Nos dirigimos hacía una cafetería
cercana. Un total de diez personas. Entramos en el local y había un señor en la
barra y una camarera detrás de la misma. Acomodamos un rincón con varias mesas
para estar juntos y esperamos a ser
atendidos.
Primera sorpresa: nadie nos
saludó al entrar, ni desde la barra, nadie nos dio los buenos días.
Segunda sorpresa: al no venir
nadie a atendernos giramos la cabeza
hacia la camarera que a voz en grito dijo: tienen que pedir en la barra.
Genial.
Tercera sorpresa: no solo
debíamos pedir en la barra sino que nos teníamos que servir también.
Los cafés, estaban tibios. La
infusión no. Una desangelada carta de bocadillos varios ponía la nota
decorativa en la mesa. Le eché una hojeada comprobando que estaba sucísima y
que millones de gérmenes bailaban la samba por entre sus líneas plastificadas.
A la hora de pagar no sabíamos
los importes y desde la mesa le preguntamos a la camarera: ¿cuánto cuesta un
cortado? Respondió: 1,20 € ¿Cuánto
cuesta la infusión? Respondió: 1,40€ ¿Y el cortado con hielo? 1, 30 €. Observen
el detalle, un desangelado cubito de hielo costaba 10 céntimos.
Y todo ello a voz en grito de la
mesa a la barra y de la barra a la mesa. Sin mediar una sonrisa.
Nadie había entrado al bar desde
nuestra llegada. Ahora descubríamos porqué.
Y en respuesta a tan antipático
recibido trato de principio a fin, todos, uno a uno fuimos dejando el importe
encima de la mesa. Y nos fuimos. Estábamos seguros de que al menos la camarera
saldría de su bunker para recoger el dinero y claro, supongo para limpiar las
mesas ocupadas también.
Nefasta atención al cliente. No
fue una sorpresa recibir ese trato. Hay muchísimos locales en la ciudad donde
el cliente es quien menos importa. Es un clamor que las personas que deben
atender no solo en bares sino en muchos otros establecimientos necesitan con
urgencia reciclar sus conocimientos sobre atención al cliente. Pero nadie hace
nada. Y yo predico en el desierto.
Me rebelo contra el hielo de la
distancia entre personas de estos tiempos que nos sacuden.