Últimamente caen en mis manos
muchos escritos sobre el poder de las palabras. Palabras que uno debe decirse
para aumentar la autoestima, para infundirse valor al afrontar un reto, para perdonarse si se ha
cometido un error. Y todas esas palabras son poderosas y hermosas y seguramente,
si se dicen con convicción, cumplirán su cometido.
Yo quiero ir un poco más allá y
me gustaría dar valor y poder a esas palabras que debemos decirnos los unos a
los otros y que también sirven para cumplir objetivos ciertamente loables.
Palabras tan sencillas como: “Buenos días” y “Buenas tardes” para saludarnos.
Un “¿Qué tal estás”? para interesarnos,
un “ ¡qué guapa estás con tu nuevo peinado!”, para animarnos, etc.
Todas las palabras bonitas
levantan el ánimo.
Todas las personas dedicadas a
atender a los clientes deberían usarlas como parte de su profesionalidad.
En la atención al cliente se han
dejado de usar muchas expresiones amables pensando que están desfasadas, son
clasistas o suenan mal.
Sepan, que los clientes las
reciben como un bálsamo. Si las escuchan, no se sienten invisibles. Si les
animan, compran más y mejor. Si las recuerdan, se convierten en clientes asiduos
para siempre. Sea el establecimiento de la clase que sea.
Los responsables de empresas
deberían enseñar a sus empleados, estén o no de cara al cliente, a usarlas. Las
personas dedicadas a atender a los clientes deberían aprenderlas.
Es justo. Es educado. Es
necesario y beneficioso para todos.
El trato amable a través de
palabras amables es un arte que enriquece al que las dice y al que las recibe.
Digámoslas.